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A escala de nuestro planeta, la magnitud de los fenómenos solares resulta estremecedora. El promedio de energía que desencadena un solo destello de nuestra estrella equivale a la liberada por 12.000 millones de bombas atómicas como la lanzada sobre Hiroshima al final de la II Guerra Mundial. Las explosiones de mayor intensidad son las llamaradas de clase X, las más intensas y peligrosas. Los científicos están desconcertados con las extrañas anomalías que observan en la superficie del sol. Incluso durante el ciclo de mínima actividad se producen gigantescas llamaradas. En cambio, en ocasiones se observan las características manchas asociadas al ciclo de máxima actividad y, sin embargo, no se registran erupciones y el astro rey permanece en calma. Lo que se está poniendo de manifiesto es que la dinámica solar se está volviendo impredecible y los indicadores que permitían hacer predicciones científicas ya no son fiables.
Fenómenos anómalos
En el año 2003, John Kohl, del Centro de Astrofísica Harvard-Smithsonian (EE UU), confesó su perplejidad ante un inquietante fenómeno. Según afirmó, era «como si la Tierra estuviera en el punto de mira del cañón de una enorme pistola con la que el sol nos apuntó… y disparó dos veces». Los proyectiles fueron dos nubes de gas que llegaron a la Tierra ese mismo año.
Las manchas oscuras del sol, que se mueven de oeste a este, se deben a grandes campos magnéticos que reducen considerablemente el proceso natural de convección de gases. El material de la superficie, sometido a elevadísimas temperaturas, genera zonas más frías que muestran ese color oscuro.
Esta desbordante actividad aporta sin embargo curiosos efectos, cuya belleza deleita a los seres humanos. En los polos terrestres se produce un llamativo fenómeno visual: la aparición de auroras boreales, de color verde y rojo, que se deben a las partículas solares lanzadas a gran velocidad que impactan en la magnetosfera y la ionosfera terrestres. Pero la influencia de las radiaciones también es detectable e importante a escala humana. El geofísico Gerard Thullie afirmó en un encuentro de Astrofísica Solar que las mejores cosechas de vino francés se correspondían con los ciclos de máxima actividad solar.
Sin embargo, la influencia que tienen dichas radiaciones en la salud humana, especialmente en los últimos años, resulta muy preocupante. Las distintas investigaciones que se están realizando ponen de manifiesto que el organismo vivo es sensible a las tormentas magnéticas provocadas por las explosiones solares. Entre los efectos conocidos destacan ciertas alteraciones en la corriente sanguínea, que inciden especialmente en los capilares y causan inestabilidad en la presión arterial, aparte de producir un incremento en las descargas de adrenalina. También es conocida la influencia negativa que el sol y las elevadas temperaturas tienen sobre la mente y que, entre otras consecuencias, pueden aumentar de forma notable la agresividad.
Confirmaciones científicas
Según el Instituto de Geofísica de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), entre los efectos de una tormenta magnética sobre la salud la estadística revela un incremento de los infartos de miocardio y de los ataques de epilepsia. Estas incidencias médicas se producen tres días después de la emisión de partículas. El fenómeno ha sido documentado por Blanca Mendoza, especialista en investigaciones solares y planetarias. No es el primer estudio realizado en coordinación con distintos centros médicos. En muchas de estas investigaciones se ha comprobado que, cuando se produce una actividad intensa en el astro rey, aumentan de forma significativa los ataques cardíacos y trastornos nerviosos. Es por ello que recomiendan que, durante estos períodos de gran actividad, quienes padecen dolencias de este tipo se protejan en el interior de sus casas, exponiéndose lo menos posible a las radiaciones.
Algunos científicos sospechan que estos trastornos de la salud se deben a los campos magnéticos de la Tierra, que facilitarían la penetración de las partículas solares en el cuerpo humano. Los datos confirman que durante la intensa actividad solar registrada en el año 2003, el número de infartos de corazón se duplicó. En relación al infarto agudo de miocardio los investigadores cubanos del Instituto de Geofísica y Astronomía (IGA) llegaron a conclusiones similares.
Las manchas en la piel y las arrugas por envejecimiento no son los únicos problemas que puede generar la reiterada exposición a la luz solar. Mucho más graves son sus efectos carcinogénicos o neoplásicos, que derivan en la aparición de tumores. El 10% de los casos de cáncer de piel son debidos a las radiaciones ultravioleta (UV).
Las tres grandes lesiones dermatológicas que pueden ocasionar los rayos UV son: carcinomas basocelulares, carcinomas espinocelulares y melanomas. La primera causa la queratosis solar, que provoca la caída de la piel. La segunda es más preocupante, porque suele degenerar en metástasis. Pero los mayores problemas los ocasiona el melanoma, que puede desembocar más fácilmente en la muerte del paciente.
Para evitar daños irreparables es recomendable protegerse del sol, especialmente en verano y entre las 11 y 15 horas, cuando la radiación es más intensa. Siempre es necesario utilizar los productos adecuados para proteger la piel y tener en cuenta que resulta sumamente peligrosa la exposición de los niños menores de seis meses, ya que a esta edad no pueden utilizarse fotoprotectores, por sus efectos tóxicos. Los niños de seis meses a cuatro años se encuentran en situación de peligro. Existe un riesgo muy elevado de que las quemaduras a esta edad puedan generar tumores malignos en el futuro.
En cualquier caso, las tormentas magnéticas no sólo perjudican la salud. También tienen consecuencias devastadoras en nuestra tecnología, tanto la que se encuentra en la Tierra como la que viaja por el espacio. Las perturbaciones provocan graves problemas en los servicios de móviles, en las señales de TV y en los sistemas GPS. Asimismo, interfieren las ondas de radio, causan sobrecargas en las redes eléctricas y cambian la trayectoria de las sondas espaciales. Los astrónomos de la NASA aseguran que en cada nuevo ciclo se observa un incremento notable de la actividad solar, por lo que están buscando continuamente la forma más adecuada de proteger los satélites que envían al espacio, ya que éstos pueden ser destruidos o desviados bruscamente de sus órbitas.
Con el fin de analizar estos efectos, el 31 de julio de 2001 fue lanzado el satélite ruso-ucraniano Koronas-F. Desde entonces, este ingenio ha seguido atentamente la evolución de la actividad solar para relacionarla con sus efectos sobre la Tierra. De esta forma se está estudiando en profundidad el espectro electromagnético del sol, su atmósfera, la formación de la magnetosfera y la ionosfera, y la forma en que se origina el llamado viento solar, que se propaga a una velocidad de 450 kilómetros por segundo.
Esta importante investigación ya ha generado aproximadamente un millón de imágenes espectrales del sol y de su corona. Entre las herramientas de trabajo que utiliza se encuentra un espectrómetro multicanal de rayos X que genera unas 200 imágenes por día. En octubre y noviembre de 2003, cuando se produjo una espectacular actividad solar, la eyección de plasma llegó a alcanzar la sorprendente velocidad de 2000 kilómetros por segundo. Fue entonces cuando se observó la existencia de burbujas de plasma que alcanzaban temperaturas de más de veinte millones de grados. Con el nuevo satélite Koronas-Photon, se va a analizar en detalle la emisión de rayos X y Gamma.
Alteraciones inexplicables
Los resultados de las investigaciones de los científicos de la Academia Nacional Rusa de Ciencia, en Novosibirsk (Siberia), son de lo más inquietantes: la actividad en el último ciclo solar ha superado todo lo que se había observado durante los últimos años. Este incremento ha sido puesto de manifiesto igualmente por el doctor Mike Lockwood, del Rutherford Appleton National Laboratories, en California (EE UU), según el cual, desde 1901, el campo magnético en el exterior del sol se habría incrementado en más del 230 %.
Los científicos rusos afirman que la heliosfera (energía que envuelve al sol) tenía hace algunos años un diámetro de 10 unidades astronómicas (UA). Cada UA equivale a la distancia Tierra-Sol, estimada en 150 millones de kilómetros. Sin embargo, actualmente sus dimensiones han aumentado hasta las 100 UA. Este enorme incremento, según los científicos, va a transformar por completo a los planetas del sistema solar y la vida que pudiera haber en ellos.
La espiral del ADN estaría experimentando una importante modificación. Pero los efectos no sólo tienen lugar en la Tierra. La atmósfera de cinco planetas y de la luna también está cambiando. Según el doctor Dmitriev, la luna estaría generando una atmósfera compuesta por un elemento llamado Natrium, que cuando el hombre pisó este satélite de la Tierra no existía. Al mismo tiempo estaría cambiando la atmósfera de la Tierra y la de Marte, que se está haciendo más densa. El proceso de transformación alcanzaría asimismo a Júpiter, Urano y Neptuno. Al mismo tiempo se observa que Venus está aumentando su brillo, al igual que Urano y Neptuno. A su vez, Júpiter ha incrementado su carga energética, que ha generado un tubo de radiación de iones entre este planeta y su luna Io. El campo magnético de Júpiter se ha duplicado y el de Urano y Neptuno se está modificando, sin que se conozca la causa de estos fenómenos.
Una transformación a gran escala afecta al sistema solar y, en nuestro planeta, se traduce en una dramática estadística. La actividad volcánica ha aumentado en un 500 % en un siglo, desde 1875 a 1975. Revisando el número de desastres naturales de toda clase, desde 1963 hasta 1993 el número de éstos se ha multiplicado por 5. El campo magnético de la Tierra ha ido disminuyendo progresivamente en los últimos 500 años. Y lo más preocupante es que en los últimos veinte años esta variación se ha convertido en errática e imprevisible.
La evolución espiritual
Sin embargo, para muchas personas estas anomalías cósmicas sólo son una parte de un proceso que incluye la transformación de la especie humana y que conduciría a un salto evolutivo. Durante miles de años distintas culturas del planeta han atribuido al sol un protagonismo especial. Es destacable la forma en la que era venerado por algunas civilizaciones que alcanzaron elevadas cotas de desarrollo cultural en el pasado, como la egipcia, donde fue venerado como un dios (Ra y Atón); o la maya, que lo deificó con el nombre de Kinich Ahau; o la inca que le rindió culto como Inti.
Todos estos pueblos vieron en el sol algo más que un objeto celeste. Para ellos era la propia divinidad manifestada a los hombres. Por ese motivo era objeto de adoración. Podría pensarse que esta identificación espiritual con una bola incandescente de tamaño gigantesco era una superstición nacida de la ignorancia científica. Sin embargo, muchas personas a lo largo de la historia, e incluso en la actualidad, como místicos, sensitivos, chamanes, profetas de la Nueva Era, visionarios y canalizadores, afirman que el sol es, como la Tierra, un ser dotado de consciencia, con identidad propia, más allá de su apariencia física. Según esta creencia, característica del esoterismo universal, el sol no sólo sería el responsable de perpetuar la vida en nuestro planeta, sino de programar su evolución emitiendo códigos de luz que harían posible la transformación física y espiritual del ser humano. Este mecanismo produciría mutaciones periódicas (cíclicas) y respondería a un plan concebido meticulosamente por una inteligencia: el Dios Creador de los grandes mitos y religiones. En este sentido, el sol sería una encarnación física del poder divino. Si así fuese, los antiguos adoradores del astro rey no serían tan ignorantes y supersticiosos como cree el materialismo moderno. Sin duda veían en el disco solar un símbolo de la grandeza del Creador, un poder que no sólo otorgaba la vida a la Tierra y a las criaturas que la habitaban, sino que también la programaba en el tiempo.
Son interminables los relatos y testimonios de personas pertenecientes a las más variadas corrientes espirituales, en los que se hace referencia a la existencia en el sol de una jerarquía tan elevada de seres como los ángeles. A título de ejemplo, en El secreto de los Andes, «Brother Philip» (pseudónimo de George H. Williamson), asegura que «el Sol está compuesto de doce cuerpos y que sus revoluciones ocasionan el extraño ciclo de las manchas solares cada once años. Pero sus habitantes son diferentes a aquellos que habitan los mundos. Estos seres son los llamados ángeles. Miguel y sus legiones –los arcángeles– son todos moradores del sol».
Estos doce soles aparecen en textos sagrados de la India, como el Srimad Bhagavat, en el cual se les describe como capas o esferas, una dentro de otra, que establecen el contacto entre Dios y el ser humano, permitiendo a éste fundirse como Uno en la Totalidad. En los Upanishads se afirma que el paso a través del sol supone un camino hacia la salvación por la liberación del espíritu. El Rig-Veda alude a un principio espiritual que reside en el sol y que da vigor y energía a todos los seres. La energía vital (no inerte) es Surya: Suryah pratyaksha devata («el Sol es Dios visible»). El Ramayana mantiene el mismo concepto de que «Dios es Luz» y está brillando siempre dentro de todos los seres. El niño Francisco Marto, uno de los pastorcitos videntes de Fátima, decía que el sol era «la lámpara del Señor» y las estrellas «las lámparas de los ángeles».
José Argüelles, autor de El factor maya, pone de manifiesto la existencia de códigos de luz revelados a la humanidad por seres de las estrellas, inteligencias que están más allá del espacio-tiempo. En este libro afirma que, así como la Tierra es un ser inteligente íntimamente conectado con la evolución del ser humano, el sol sería la inteligencia central de todo sistema planetario, en el cual los distintos mundos asumirían el papel de giróscopos armónicos, manteniendo la frecuencia resonante propia de la órbita de cada uno de ellos.
En este modelo, el sol respira, actuando como un receptor de frecuencias provenientes del centro de la galaxia a través de su inhalación, mientras que por la exhalación estas corrientes de energía e información regresarían al centro galáctico, a Hunab Ku, «dador de la medida y del movimiento», tal como era llamado por los mayas, que lo identificaban con Dios, con la Fuerza y con el Conocimiento Supremo.
Durante su reciente estancia en España, Argüelles explicó que esta actividad solar sin precedentes irá aumentando hasta el 2012, fecha clave de la transformación planetaria. Como parte de la visión del tiempo maya, este último gran ciclo de 5200 tuns, que supondría unos 5125 años aproximadamente (culminando precisamente en el 2012), está dividido en trece ciclos más pequeños (baktunes), de 394 años cada uno, y tendría que ver con la creación del «cuerpo de luz planetario». Esto llevaría a la humanidad terrestre a la adquisición de una auténtica conciencia galáctica, en perfecta comunión con el sol, el Kinich Ahau maya.
Por una parte la ciencia, y por otra la espiritualidad, recorren caminos aparentemente distintos. Sin embargo, la búsqueda del conocimiento requiere una reconciliación: un lugar de encuentro donde pueda descubrirse la verdad…
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